domingo, 28 de septiembre de 2008

El galope y el llanto



El sol tibio reflejaba desde el patio sobre la puerta del cuarto de Lucas. La pensión estaba calma, ni siquiera la señora Atilia había salido a tender la ropa al patio, los niños de Agustín ya estaban de vacaciones, y hasta el perro de Tomás, atrás de la pensión parecía sedado. Lucas bostezaba y daba vueltas en la cama como tratando de despertar en una persona diferente.
La claridad embellecía el rostro de Carmen, su mejor sonrisa calmaba toda inquietud. La pareja caminando en dirección a un bar sobre la esquina frente a la plaza, en donde tomaron café. Se los notaba acalorados, sonrientes, y también con mucho que conversar. Se reflejaba un brillo especial sobre sus rostros parecía no impactarse sobre el nerviosismo e intolerancia que abatía a las demás personas del lugar. Alberto movía sus brazos exageradamente con mucha ansiedad y emoción, el tiempo parecía no consumirse entre ellos. Con mirada dormida en otra parte detrás del vidrio, la gente desde la vereda de enfrente esperando el semáforo para cruzar, y como corrían una carrera por llegar una vez que este se ponía en verde, trasladando la impaciencia a los que venían en los autos que tenían que esperar su turno.
Salieron del bar justo cuando vieron a Carla pasar con los nenes hacia la plaza, conversaron parados dos palabras sobre la esquina, cruzaron y se sentaron en el banco de la plaza. Carla partió porque tenía que hacer las compras, mientras que ellos solo percibían el cantar de los pájaros, la belleza de los árboles, como así también los niños corretear y pelearse por quien subía primero a la hamaca, otros a la calesita, y al subibaja.
El sol caía entre los edificios mientras ellos retornaban hacia la casa, cuando cruzaron las vías, se detuvieron a observar la gente que se abarrotaba en la estación para viajar en tren, se miraron a los ojos y se dieron cuenta de que no tenían porque preocuparse, entre otras cosas hablaron de que el gato aún no había comido.
La oscuridad del cuarto y el silencio absolutos compañeros de la noche en donde Lucas intentaba abrir esa caja secreta, tenía la llave para lograrlo. Destapó la manta que había sobre ella y al dar una vuelta de llaves, sintió un ataque de pánico, un escalofrío, los dientes de una fiera atacándolo, gritos por detrás de niños y un silbido muy agudo ensordecedor, con sus manos sobre los oídos, los dientes apretados, dio dos pasos hacia atrás gritando.
Una persona acarició su cabello y apareció sobre su lado derecho, esta presencia de una mujer que parecía ser su madre, el calor de su mano cuando lo acarició tenia sensaciones de que esta persona lo conocía mucho, que sentía sus miedos, y que con su voz: “no temas”, “no hay nada que temer” le generaba mayor confianza.
El trató de descubrir entre la oscuridad su bello rostro, ella no era su madre, jamás la había conocido, no entendía que estaba sucediendo, solo que su presencia lo reconfortaba para poder atravesar este paso.
Ella se acercó a la caja extendió el brazo hacia Lucas y le dijo: “acércate, yo e ayudaré”, “no debes de temer”, “no hay nada que temer”. El lentamente llevó su mano hacia ella y abrió la caja. Al abrirla vio un cadáver de una anciana casi en putrefacción que lloraba y se reía entre el llanto, nuevamente horrorizado dio pasos hacia atrás y tapó sus ojos.
Ella extendió su mano hacia lo oscuro de la caja y agarró la mano de la anciana mientras decía con una voz suave con la que Lucas destapó sus ojos y se acercó: “Vistes Lucas que no hay nada que temer en ningún lugar”.

El sol calentaba muy fuerte los baldosones de la terraza en pleno mediodía un 5 de Enero, Carmen colgaba la ropa y miraba hacia la calle esperando la llegada de su marido, hacía dos días que ya no comían, cansados de pedir préstamos a los vecinos. Lucas tenía un pan duro que había quedado en la alacena. Las noches eran de lágrimas y discusiones cada día más fuertes, los días se hacían cada día mas pesados. La vergüenza, la baja autoestima de Alberto lo hacia sentir cada día mas incapaz de conseguir algún fruto para que su familia sea feliz.
Tras tantas deudas económicas llegó el remate de la casa, en un mes tenían que desalojarla.
Ante la situación crítica Carmen se comunica con su hermano en su casa de Varaderos, mientras Lucas tirado en el living juega con los juguetes:
Carmen: hola Tito ¿Cómo estas?
Tito: bien Carmencita tanto tiempo que no hablamos, estamos bien gracias al trabajo duro que da la tierra ¿y ustedes?
Carmen: realmente no te puedo dar las mejores noticias... parece que la vida nos sigue dando golpes Roberto, ya no sabemos que hacer.
Tito: ¡¿Que pasó?!
Carmen: bueno es largo de contar, pero Alberto ha perdido el trabajo hace ya unos meses, por lo cual no se pudieron pagar esas deudas que vos sabes, y entramos en un juicio con esos prestamistas... (llanto) perdimos la casa... el mes que viene tenemos que abandonarla... (llanto)
Tito: Tranquilizate por favor Carmen, eso se debe a hacer malos negocios, así son los negocios requieren astucia de la cuál Alberto nunca la tuvo. Pero no llores, con el llanto no llegarás a ningún punto, si quieren pueden venirse por un tiempo aquí hasta que surja otra posibilidad.
Carmen: ¿En serio?
Tito: Por supuesto, si bien lo de mamá nos distanció un poco yo me he caracterizado por ser una buena persona, y no te daría la espalda en estos momentos, pese a que mucho espacio no tenemos.
Carmen: ¡¡Que bueno!! Me das más que una esperanza tus palabras.
Tito: eso si Alberto va a tener que ayudarnos en la cosecha, la plata y las comodidades acá no son muchas.
Carmen: por favor Tito, es el momento de las esperanzas y no de las comodidades.
Además Lucas allá va a estar re contento, va a jugar en el campo, le va a encantar!!
Tito: ¿Cómo Lucas? No acá no hay espacio para chicos.
Carmen: ...pero por favor, es un chico tranquilo, se porta bien.
Tito: no Carmen no, nosotros somos gente grande ya para andar con chicos.
Carmen: ¡Por dios!... Tito
Tito: si quieren venir solos las puertas están abiertas, pero con chicos no.
Carmen: bueno gracias Tito, adiós.
Con lágrimas en sus ojos Carmen corre hacia el baño, mientras Alberto le pregunta que había sucedido.

Después de largas discusiones acordaron que no podían darle este futuro a Lucas, y fueron a hablar con Nélida para la tenencia del chico.
En un breve diálogo que involucró emociones encontradas entre llantos, dolor por parte de Carmen y Alberto, como así también brillos de emoción y alegría en la cara de Nélida.
Lucas con miedo no entendía la situación, muy confundido entró a la pensión, en donde Nélida le prometió café con leche todas las mañanas, y que jamás volvería a pasar.
El no entendía, se orinaba encima por las noches, y sentía muy angustiante la situación sin llegar a comprender.

La luz sobre el cuarto estaba fuerte, el calor ya se hacía intolerante y el ventilador de pie no calmaba las gotas de sudor sobre su frente. El cuarto estaba desordenado y en el piso había botellas de vino vacías.
Lucas tiró las cobijas y sus pies tomaron contacto con las baldosas frescas del suelo. La cabeza le retumbaba, se sentía mareado, un poco por el alcohol y otro poco porque ya no se acordaba cuando había sido la última vez que comió.
Haciendo un esfuerzo, se levantó, tomó su remera que se encontraba en el sillón donde el gato dormía, y salió hacia el patio. El mismo estaba lleno de humedad, las paredes a un costado con su pintura vieja, descascarada y llena de musgo, un ropero roto, unos cuantos juguetes y unos neumáticos que yacían desde hace varios años sobre un costado.
El venía caminando por el pasillo cuando tropezó y cayo pesadamente al piso. La señora Nélida, que estaba tomando mate con la puerta de su cuarto abierta, lo vió y corrió a auxiliarlo.
Nélida: DIOS, Lucas... ¿Qué pasa Lucas?, ¿Qué pasa?
Lucas: yo podía abrir esa caja, yo podía...
Nélida: ¿estas bien? ¿Porqué tomas así?... esto no te hace bien
Lucas: esa caja era fácil de abrir y sin embargo no pude... no pude
Nélida: ahora te voy a preparar un café fuerte.
Lucas: Gggggggggg... es tarde, ya todo es tarde (Le sale agua por la nariz)
Nélida: voy a llamar a un médico, cálmate por favor Lucas, no te hace bien eso. Siempre luchaste, por que no otra vez, no deberías tomar tanto, jamás te vi así.
Lucas respira en forma profunda, buscando que le ingrese aire a los pulmones. Los ojos se ponen blancos y los párpados se cierran suavemente.

La ventana del cuarto 42 esta abierta, las cortinas vuelan hacia fuera sobre la ventosa y nublada mañana, el cuarto se encuentra iluminado y únicamente se puede ver sobre la camilla a Nélida embarazada cubierta con una sábana blanca que llega hasta su pecho.

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